Durante más de cincuenta años he dicho a la gente que cuando se trata de presentar el evangelio, “¡Sé claro! ¡Sé claro! ¡Sé claro!” La claridad y la simplicidad son tan importantes en el evangelismo. Afortunadamente, Dios, en Su Palabra, nos ha dado una manera clara y simple de compartir Su mensaje de salvación.

Los fundamentos del evangelismo no han cambiado, ni deberían cambiar. Si bien nuestros métodos pueden variar, los fundamentos del mensaje deben permanecer en su forma clara y simple. ¿Qué incluye una presentación clara del evangelio? Tres cosas son absolutamente esenciales.

Una explicación del pecado y sus consecuencias

A menos que entienda mi problema, nunca veré mi necesidad de Él.

La palabra a veces traducida como pecado en la Biblia significa “errar el blanco”. Dios ha establecido un estándar. Ese estándar es la perfección. Pero ya sea a través de una palabra incorrecta o una acción incorrecta, un pecado o mil pecados, hemos fallado ese estándar. Romanos 3:23 nos dice: “Porque todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios.” Nadie está excluido. Eclesiastés 7:20 afirma: “Porque no hay hombre justo en la tierra que haga el bien y nunca peque.”

El problema es que un Dios santo no puede pasar por alto el pecado. El pecado debe ser castigado. Ese castigo es la muerte y la separación eterna de Dios en lo que la Biblia llama infierno. Hebreos 9:27 nos dice: “Y de la manera que está establecido que los hombres mueran una vez, y después de esto el juicio.”

Una explicación de la sustitución

Una vez que comprendo mi problema, entonces debo entender Su remedio. El remedio para el pecado es que alguien tome mi lugar y sufra mi castigo. Esa persona tiene que ser perfecta. Un pecador no puede morir por otro pecador, al igual que un criminal no puede ocupar el lugar de otro criminal.

El único que calificaba era el Hijo perfecto de Dios, Jesucristo, del cual se nos dice en la primera parte de 2 Corintios 5:21: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado.” Su muerte en la cruz no fue para mostrarnos cómo morir —poniendo a otros primero—. Fue una muerte sustitutiva —en nuestro lugar—. Si Él no hubiera muerto, nosotros habríamos muerto.

Al tercer día resucitó victorioso sobre el pecado, la tumba y el mismo diablo. Como anunció el ángel a aquellos que visitaron Su sepulcro: “No está aquí, sino que ha resucitado.” (Lucas 24:6)

Nuestro pecado siendo pagado, Dios ahora tenía una base sobre la cual podía perdonar en lugar de castigar.

Una explicación de la fe salvadora.

Queda un problema. Ese remedio para el pecado —la muerte de Cristo en nuestro lugar— debe ser aceptado por nosotros. La única manera en que ese remedio puede ser aceptado por nosotros es mediante la fe. Se nos dice en Efesios 2:8-9: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe.”

Es por eso que en el libro de Juan, el único libro que Dios escribió específicamente para decirnos cómo recibir la vida eterna (Juan 20:30-31), la palabra creer se usa 98 veces. Jesús dijo en Juan 6:47: “De cierto, de cierto os digo: El que cree en mí, tiene vida eterna.” Reconociendo que Cristo murió en mi lugar y tomó el castigo que merecía, debo acudir a Él como pecador y poner mi confianza solo en Cristo como mi único camino al cielo. La fe salvadora no consiste en confiar en Cristo Y en mi buena vida, promesas de vivir para Él, o mi bautismo o asistencia a la iglesia para llegar al cielo. La fe salvadora es confiar solamente en Cristo para salvarme.

Para muchos es útil decirle a Dios en oración que, como pecadores, ahora confían en Cristo como su Salvador. Pero decir una oración no es lo que salva. Uno es para siempre hijo de Dios cuando ha puesto su confianza solo en Cristo como su Salvador y ha recibido Su don gratuito de vida eterna.

Al volver a los fundamentos de explicar la salvación a un incrédulo, debemos explicar claramente el pecado, la sustitución y la fe salvadora. Estas son las verdades claras y simples, así que preséntalas claramente y simplemente. Entonces una persona sin Cristo puede entender cómo el Salvador puede convertirse en su Salvador. Esa persona entonces vive preparada para morir y muere preparada para vivir —¡para siempre!