
Cuando te sientes descalificado para hablar a otros acerca del Señor
Hay momentos en los que nos sentimos indignos de compartir el mensaje del amor de Dios con los demás. Ya sea por los errores de nuestro pasado, las luchas de nuestro presente o simplemente al compararnos con otros, los sentimientos de insuficiencia pueden frenarnos. Tal vez has escuchado estos pensamientos en tu mente:
- “Si la gente supiera quién era antes, no me escucharía ahora.”
- “Alguien más está más calificado para esto, alguien con menos equipaje.”
- “Necesito arreglar mi vida antes de poder ayudar a otros con las suyas.”
- “¿Quién soy yo para decirle a otros cómo vivir?”
Estos pensamientos crean barreras que nos impiden compartir las buenas nuevas. Pero aquí está la verdad: Dios quiere usarnos independientemente de nuestro pasado, nuestras luchas presentes o cómo nos percibimos a nosotros mismos. No estoy sugiriendo que vivamos vidas dobles o que ocultemos nuestras luchas. Más bien, estoy diciendo que Dios no requiere perfección para que seamos útiles en Su reino.
Entonces, ¿cómo superamos estos sentimientos de no estar a la altura? Aquí hay cuatro sugerencias que pueden ayudarnos a avanzar en obediencia.
1. Predica el evangelio a ti mismo.
De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.
— 2 Corintios 5:17
Es fácil quedar atrapado en lo que otros piensan de nosotros, pero la única opinión que realmente importa es la de Dios. Cuando nos enfocamos en cómo Él nos ve, podemos avanzar con valentía.
Retroceder en la evangelización porque te sientes indigno no es humildad; es no creer en el evangelio. Tú no eres quien solías ser. Tus pecados han sido perdonados. Eres hijo de Dios. Eres Su embajador. La próxima vez que Satanás intente recordarte quién eras, recuérdate a ti mismo quién eres en Cristo.
2. El evangelio se trata de la gracia de Dios, no de tu perfección.
Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero.
— 1 Timoteo 1:15
Pablo tenía un pasado. Blasfemó contra Cristo y persiguió a los cristianos. Sin embargo, a pesar de su pasado, Jesús lo salvó y lo llamó a compartir el evangelio. ¿Por qué? Por la gracia de Dios.
La gracia significa “favor inmerecido”. Es un regalo que no podemos ganar y que no merecemos. Solo viene a través de confiar en Cristo. Pablo no era el ejemplo perfecto de la superación personal. No era un modelo de reforma. Era un trofeo de la gracia de Dios. Esa misma gracia es la que ofrecemos a los demás cuando compartimos el evangelio.
Si esperas hasta que tu vida sea perfecta, nunca llegarás a señalar a las personas hacia Aquel que sí lo es. Somos salvados por gracia, mantenidos por gracia y enviados por gracia con el mensaje de la gracia.
3. Lo que crees que te descalifica podría calificarte.
Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero. Pero por esto fui recibido a misericordia, para que Jesucristo mostrase en mí el primero toda su clemencia, para ejemplo de los que habrían de creer en Él para vida eterna.
— 1 Timoteo 1:15-16
La mayoría consideraría el pasado de Pablo como una descalificación. Pero Jesús lo usó para demostrar Su perfecta paciencia y gracia. La historia de Pablo no era una barrera; se convirtió en la misma cosa que Dios usó para mostrar Su gracia. ¡Si Dios pudo salvar a Pablo, puede salvar a cualquiera!
De la misma manera, nuestras luchas y pecados pasados pueden parecer descalificaciones, pero Dios puede usarlos para Su gloria. Muchas veces, las oportunidades más poderosas para compartir el evangelio vienen de personas que están pasando por lo mismo que nosotros hemos pasado. Compartir cómo Dios ha obrado en nuestras vidas puede señalar a otros hacia Su fidelidad, amor y gracia.
4. Recuerda que Dios usa a personas rotas para alcanzar a personas rotas.
La próxima vez que te sientas descalificado o insuficiente, recuerda que Dios no busca perfección. Él busca corazones dispuestos. Predica el evangelio a ti mismo, descansa en Su gracia y recuerda que tu pasado no te descalifica; puede ser precisamente lo que te califica para compartir el mensaje de esperanza con la próxima persona que encuentres.
Recuerda, Dios usa a personas rotas para alcanzar a personas rotas, y gracias a Su gracia, podemos ser Sus instrumentos para compartir Su amor y verdad.