Hace varios años, me encontré con una persona conocida. Recientemente había regresado de un viaje misionero en África y le estaba contando sobre mi experiencia. Sin saber si él era creyente, le dije que la razón principal por la que había ido era para hablar a otros acerca de Jesús. Comencé a compartir el evangelio de la misma manera que lo había compartido en África.
Después de unos minutos, empezó a decir cosas como: “Soy una buena persona”, “Asisto a la iglesia” y “Intento vivir correctamente” en respuesta al mensaje que estaba compartiendo. Sintiéndome temeroso de ofenderlo, cambié de tema. Después de despedirnos, supe que había dejado la conversación a medias. No lo he vuelto a ver desde entonces y me arrepiento de mi falta de valentía.
Lo que me detuvo ese día fue algo a lo que la Biblia se refiere como “el temor al hombre” o “el miedo a la gente”. Simplemente significa que mi miedo a ofender a mi amigo era mayor que mi obediencia a Dios. En otras palabras, valoré la opinión de mi amigo más de lo que valoré la de Dios.
El temor a la gente es una lucha común para los creyentes que desean compartir su fe. De hecho, el miedo es la razón número uno por la que las personas no comparten su fe. Y el mayor temor que enfrentamos es el miedo a lo que la otra persona pueda pensar.
Proverbios 29:25 lo expresa de la mejor manera: “El temor del hombre pondrá lazo.” Un lazo es una trampa que la gente coloca para atrapar a un animal y mantenerlo atrapado. El temor al hombre actúa como un lazo cuando tenemos la oportunidad de compartir el evangelio porque puede impedirnos avanzar en la conversación o incluso iniciar una conversación sobre Cristo.
Cuando Dios nos dirige a compartir el evangelio y nos detenemos por miedo, es costoso, tanto para nosotros como para la otra persona. Nos roba la oportunidad de ser usados por Dios. Nos priva del privilegio de ver a Dios en acción. Además, perjudica a la persona con la que deberíamos estar compartiendo.
Cuando no comparto el evangelio porque creo que podría ofender a la otra persona, le estoy robando la oportunidad de escuchar la noticia más importante que pueda recibir. Mi intención de evitar herir sus sentimientos puede impedirme en compartir el mensaje más amoroso posible, que es decirles cómo pueden conocer a su Creador. Por lo tanto, lo que en la superficie parece ser considerado, puede ser dañino.
No estoy diciendo que siempre debamos compartir el evangelio sin importar la respuesta de la otra persona. Sin embargo, digo que cuando Dios nos da una oportunidad clara para iniciar o avanzar una conversación sobre Cristo y titubeamos debido a cómo creemos que la otra persona podría responder, estamos desobedeciendo al Señor y no estamos amando a la otra persona. A veces, lo más amoroso que podemos hacer es hablar la verdad con amor.
¿Cómo superamos nuestro miedo a las personas?
La respuesta es simple pero desafiante. Nuevamente, volvemos a Proverbios 29:25: “El temor del hombre pondrá lazo, pero el que confía en el Señor estará a salvo.” En el contexto de la evangelización, esto simplemente significa que cuando el Señor nos dirige a compartir el evangelio, debemos obedecer y confiar en el Señor con los resultados.
Hay dos cosas que he aprendido al hacer esto. Primero, la mayoría de las veces he encontrado que lo que temía ni siquiera sucede. A veces la persona confía en Cristo, a veces reflexiona sobre lo que estoy diciendo y otras veces escucha y sigue adelante. Rara vez suceden las cosas terribles que tememos.
En segundo lugar, incluso cuando la buena noticia que comparto no es recibida como buena por la otra persona, puedo confiar en el Señor con la situación. A veces, la misma persona que se ofendió luego confía en Cristo y fui uno de los varios que Dios usó para llevarle el evangelio.
Así que recuerda, la próxima vez que enfrentes el “temor al hombre” en la evangelización, recuerda que lo que más temes probablemente no sucederá. Además, recuerda que, si Dios te está guiando a compartir, puedes confiar en Él con la situación y los resultados. Confía en el Señor, avanza en fe y sé usado por Él para hacer una diferencia en la vida de otras personas.