Todos tenemos familiares que son difíciles de amar. Quizás tengas a alguien en tu familia que:
- No puede evitar hablar de política,
- Dice lo primero que se le pasa por la cabeza, sin importar lo incómodo que sea,
- Le encanta el chisme,
- Actúa como si preferiría estar en cualquier otro lugar,
- Te ha herido en el pasado.
Aunque ciertos familiares puedan sacarnos de quicio, aún estamos llamados a amarlos como Dios los ama. Jesús dijo:
“Amad a vuestros enemigos, haced el bien, y prestad sin esperar nada a cambio; y vuestra recompensa será grande, y seréis hijos del Altísimo, porque él es bondadoso con los ingratos y los malos. Sed misericordiosos, así como vuestro Padre es misericordioso.” (Lucas 6:35-36)
Amar a tus familiares difíciles no significa que debas sentir “mariposas” cada vez que los ves, ni tampoco que debas fingir. Lo que sí significa es tratarlos como te gustaría ser tratado y responder de una manera “cristiana” independientemente de cómo te traten ellos. También implica estar dispuesto a que Dios te use en sus vidas, incluso compartiendo el evangelio con ellos si no conocen al Señor.
(Una aclaración rápida: no me refiero a situaciones donde haya abuso. Situaciones donde alguien nos hiere mental, emocional o físicamente requieren establecer límites saludables).
¿Cómo podemos amar e incluso ministrar a aquellos en nuestras familias que no son fáciles de amar?
1. Pídele ayuda a Dios.
Amar a personas difíciles de amar no solo es complicado, sino casi imposible con nuestras propias fuerzas. Por eso Pablo nos manda a “andar en el Espíritu” en Gálatas 5:16. Esto significa depender del Espíritu Santo para capacitarnos a hacer lo que no podemos por nuestra cuenta. Cuando andamos en el Espíritu (5:16), producimos el fruto del Espíritu (22-23), incluyendo amor, paciencia y bondad, sin importar las circunstancias o las personas involucradas.
2. Busca entender a la persona.
Considera su educación, experiencias de vida, punto de vista, etc. Esfuérzate por ponerte en su lugar. Esto es particularmente cierto si tu familiar no es cristiano. Cuando Jesús vio a las multitudes en Mateo 9:36, “Tuvo compasión de ellas, porque estaban agobiadas y desamparadas, como ovejas sin pastor.” Recuerda, si no conocieras a Cristo, ¿en qué creerías? ¿Dónde estarías? ¿Cómo actuarías?
3. Humíllate.
El salmista escribe: “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos. Y ve si hay en mí camino de perversidad.” (Salmo 139:23-24). Acércate al Señor y reconoce que no eres perfecto y que también tienes tus propios defectos, incluyendo lo que te hace irritarte tanto con ellos. Quizás sea orgullo, amargura o un problema de control. Enfocarte en tus propios errores y lidiar con ellos puede liberarte para centrarte menos en los errores de los demás.
4. Perdona.
Si alguien ha pecado contra ti en el pasado, es importante perdonarlo, como Cristo lo ordenó (Mateo 18:21-22). ¿Pero qué pasa con aquellos que no han buscado nuestro perdón? Recuerda que un componente esencial del perdón es entregar a esa persona y la situación al Señor, dejando que Él se encargue a su manera y en su tiempo (Romanos 12:19). Al hacerlo, experimentarás libertad de la amargura y adquirirás la capacidad de amar a esa persona porque confías en Dios para manejar la situación.
5. Ora antes y durante tu visita.
Esto incluye no solo orar por ellos, sino también orar por ti mismo. Pide a Dios que te permita verlos como Él los ve, que seas rápido para escuchar y lento para hablar, y que te dé sabiduría mientras navegas las conversaciones. Más que nada, ora para que Dios te use para acercarlos al menos un paso más a Cristo a través de tus palabras y acciones.